Quién no ha visto alguna vez al misterioso hombre con traje y sombrero oscuros, cuyo rostro queda siempre oculto por una manzana, una paloma, un espejo que no ofrece el verdadero reflejo o, simplemente, porque se encuentra de espaldas. El mismo hombre al que le salen alas negras en la famosa pintura “El mal de la ausencia”, o aquel que se difumina en gotas de lluvia con forma de hombrecillos en “Golconda”.
Ese hombre no es otro que el propio René Magritte, célebre pintor surrealista belga de cuyo nacimiento hoy se cumplen 110 años. Inspirado por la obra de Giorgio de Chirico, otro famoso pintor surrealista, Magritte se interna en este movimiento, que tuvo su auge a finales de los años 20 en París. Allí conoce al resto de surrealistas: Paul Éluard, André Breton, Salvador Dalí, Joan Miró…
Al contrario que en las pinturas de Dalí, Magritte no utiliza el surrealismo para expresar sus temores y obsesiones íntimas, sino que introduce el realismo mágico y crea un confuso mundo en el que nada es lo que parece. Magritte hace estallar la realidad como el cristal de la ventana de su obra “La clé du champs”, en la que el propio reflejo del paisaje se hace añicos en el suelo. Espejos que no reflejan el rostro, un ojo que encierra el cielo, una nube que cabe en una inmensa copa, un castillo que desafía a la ley de la gravedad, dos amantes que se besan con sendos paños cubriendo sus rostros. La realidad no es siempre lo que vemos, y las ilusiones ópticas son frecuentes. Magritte lo expresó en su obra “La traición de las imágenes”, en la que bajo el dibujo de una pipa se puede leer: Ceci n’est pas une pipe. Y realmente no es una pipa, sino la reproducción de una pipa. El pintor se burla de nuestro propio asombro de modo irónico, sagaz, agudo. ¿La realidad es lo que vemos o solo lo que nos parece ver? Llegados a este punto, cómo olvidar el célebre Mito de la caverna, de Platón, en el que lo que creemos realidad no es más que el reflejo del “Mundo de las ideas”, ese al que solo las almas pueden ascender…
Ese hombre no es otro que el propio René Magritte, célebre pintor surrealista belga de cuyo nacimiento hoy se cumplen 110 años. Inspirado por la obra de Giorgio de Chirico, otro famoso pintor surrealista, Magritte se interna en este movimiento, que tuvo su auge a finales de los años 20 en París. Allí conoce al resto de surrealistas: Paul Éluard, André Breton, Salvador Dalí, Joan Miró…
Al contrario que en las pinturas de Dalí, Magritte no utiliza el surrealismo para expresar sus temores y obsesiones íntimas, sino que introduce el realismo mágico y crea un confuso mundo en el que nada es lo que parece. Magritte hace estallar la realidad como el cristal de la ventana de su obra “La clé du champs”, en la que el propio reflejo del paisaje se hace añicos en el suelo. Espejos que no reflejan el rostro, un ojo que encierra el cielo, una nube que cabe en una inmensa copa, un castillo que desafía a la ley de la gravedad, dos amantes que se besan con sendos paños cubriendo sus rostros. La realidad no es siempre lo que vemos, y las ilusiones ópticas son frecuentes. Magritte lo expresó en su obra “La traición de las imágenes”, en la que bajo el dibujo de una pipa se puede leer: Ceci n’est pas une pipe. Y realmente no es una pipa, sino la reproducción de una pipa. El pintor se burla de nuestro propio asombro de modo irónico, sagaz, agudo. ¿La realidad es lo que vemos o solo lo que nos parece ver? Llegados a este punto, cómo olvidar el célebre Mito de la caverna, de Platón, en el que lo que creemos realidad no es más que el reflejo del “Mundo de las ideas”, ese al que solo las almas pueden ascender…
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Misterios del surrealismo, en el que nada es lo que parece.