De nuevo, se repite el mismo esquema al que ya estamos acostumbrados en España cada vez que se aprueba una ley que apueste por la modernidad, por el progreso y por la construcción de una sociedad más abierta y libre. Porque progreso e Iglesia parecen dos conceptos incompatibles, tal como la actualidad se esfuerza en demostrarnos. La reforma de la ley del aborto, los matrimonios homosexuales; son algunos ejemplos de la intromisión de las instituciones eclesiásticas en asuntos ajenos a ellas. En este caso, la polémica pasa al terreno educativo, un tema especialmente molesto para la Iglesia, que tradicionalmente ha considerado ese ámbito de su propiedad. Y la nueva asignatura de Educación para la ciudadanía supone para ella un auténtico asalto a su orgullo.
Últimamente, el Tribunal Supremo ha dictado una sentencia que no permite ejercer la objeción de conciencia para la asignatura, unificando las distintas decisiones de los tribunales superiores de determinadas comunidades autónomas en las cuales una serie de personas así lo había exigido. Estas personas no pedían que se eliminara la asignatura, sino concretamente que sus hijos no se vieran obligados a cursarla, por considerar que podía dañar gravemente su conciencia. Si atendemos a los temas que recoge la materia, no podemos evitar preguntarnos qué puede haberles llevado a tacharla de aberrante y de ataque directo a sus principios morales. Educación para la ciudadanía está formada por tres bloques para la Educación Primaria –Individuos y relaciones interpersonales y sociales, La vida en comunidad y Vivir en sociedad- y cinco para Educación Secundaria –Aproximación respetuosa a la diversidad, Relaciones interpersonales y participación, Deberes y derechos ciudadanos, Las sociedades democráticas del s.XXI y Ciudadanía en un mundo global. Tal como vemos, se trata de temas orientados a que los alumnos conozcan mejor su propia sociedad y profundicen en la concepción de democracia que en ella se desarrolla. Aparentemente, ningún ataque directo a la conciencia. Sin embargo, si entramos más a fondo en la materia descubrimos algunos puntos que contradicen a la moral católica más conservadora, como la definición que se da del concepto de familia, que no se refiere solo al concepto tradicional -padre, madre e hijos-, sino que también acoge a las parejas homosexuales, con hijos adoptados…
Pero… ¿quién está detrás de todo esto? No cabe duda de que las autoridades eclesiásticas tratan en todo momento de echar más leña al fuego, como se suele decir, con un duro discurso en el que acusan al gobierno de Zapatero de ejercer un totalitarismo por medio de la asignatura, y consideran “héroes” a los profesores que pueden seguir enseñando Religión católica en los centros educativos; como si Educación para la ciudadanía fuera una especie de cruzada contra el catolicismo.
Lo primero que debería plantearse la gente es que la nueva asignatura es paralela a la de Religión: no va en contra ni a favor. En ella se enseñan ciertos conceptos que contradicen la moral católica, ciertamente; pero esto no resulta algo novedoso. Si siguiéramos la línea argumental de los padres que se oponen a Educación para la ciudadanía, también tendríamos que darles opción de no cursar Biología, o Historia; porque, ¿no dañaría igual a la conciencia católica aceptar la teoría del Big-bang o la teoría darwinista del origen de las especies que asumir que puedan existir los matrimonios homosexuales? Por mucho que les cueste aceptarlo, la educación no puede quedarse en una mera interpretación de los textos bíblicos, porque eso contradice la idea de progreso y de cultura general. Si eso es lo que pretenden para sus hijos, lo único que les están proporcionando es ignorancia. Nadie puede elegir sus creencias si no conoce más que la religión.
Lo segundo que deberían tener en cuenta los obispos y la gente que considera amenazada la fe religiosa de sus hijos, es que ellos no son quiénes para acusar al Estado de adoctrinamiento, cuando la Historia nos ha demostrado la tremenda dictadura ideológica que ha ejercido la Iglesia durante siglos. Cabe preguntarse si no existirá aquí un cierto grado de rencor o de frustración al percatarse de que ya no son el centro neurálgico de la sociedad actual, y más al comprobar el intenso fervor con que tratan de influir en la opinión popular, sin dejar a la gente que decida por sí misma, entrando en un terreno que le es ajeno. Se ha llegado incluso a comparar Educación para la ciudadanía con una asignatura impartida durante el franquismo, Formación del espíritu nacional. No profundizaré en el carácter absurdo de este argumento, por resultar demasiado evidente; pero sí me gustaría señalar la ironía que supone el hecho de que, durante aquellos años de dictadura, la Iglesia no se quejó en ningún momento de dicha asignatura, a pesar de que, en este caso, sí se trataba de un claro adoctrinamiento.
Ante las posibilidades que abre la nueva materia, de formar ciudadanos que conozcan más su propio sistema democrático y que reconozcan la pluralidad de su sociedad, cuestiones como los principios del catolicismo deberían quedar relegadas a un segundo plano, al ámbito privado, tal como les corresponde. Aunque muchos se resistan a aceptarlo, nuestra sociedad viaja hacia el futuro; y no en sentido contrario, hacia la Edad Media. Y Educación para la ciudadanía no va en contra de la Constitución y sí a favor del progreso.
Últimamente, el Tribunal Supremo ha dictado una sentencia que no permite ejercer la objeción de conciencia para la asignatura, unificando las distintas decisiones de los tribunales superiores de determinadas comunidades autónomas en las cuales una serie de personas así lo había exigido. Estas personas no pedían que se eliminara la asignatura, sino concretamente que sus hijos no se vieran obligados a cursarla, por considerar que podía dañar gravemente su conciencia. Si atendemos a los temas que recoge la materia, no podemos evitar preguntarnos qué puede haberles llevado a tacharla de aberrante y de ataque directo a sus principios morales. Educación para la ciudadanía está formada por tres bloques para la Educación Primaria –Individuos y relaciones interpersonales y sociales, La vida en comunidad y Vivir en sociedad- y cinco para Educación Secundaria –Aproximación respetuosa a la diversidad, Relaciones interpersonales y participación, Deberes y derechos ciudadanos, Las sociedades democráticas del s.XXI y Ciudadanía en un mundo global. Tal como vemos, se trata de temas orientados a que los alumnos conozcan mejor su propia sociedad y profundicen en la concepción de democracia que en ella se desarrolla. Aparentemente, ningún ataque directo a la conciencia. Sin embargo, si entramos más a fondo en la materia descubrimos algunos puntos que contradicen a la moral católica más conservadora, como la definición que se da del concepto de familia, que no se refiere solo al concepto tradicional -padre, madre e hijos-, sino que también acoge a las parejas homosexuales, con hijos adoptados…
Pero… ¿quién está detrás de todo esto? No cabe duda de que las autoridades eclesiásticas tratan en todo momento de echar más leña al fuego, como se suele decir, con un duro discurso en el que acusan al gobierno de Zapatero de ejercer un totalitarismo por medio de la asignatura, y consideran “héroes” a los profesores que pueden seguir enseñando Religión católica en los centros educativos; como si Educación para la ciudadanía fuera una especie de cruzada contra el catolicismo.
Lo primero que debería plantearse la gente es que la nueva asignatura es paralela a la de Religión: no va en contra ni a favor. En ella se enseñan ciertos conceptos que contradicen la moral católica, ciertamente; pero esto no resulta algo novedoso. Si siguiéramos la línea argumental de los padres que se oponen a Educación para la ciudadanía, también tendríamos que darles opción de no cursar Biología, o Historia; porque, ¿no dañaría igual a la conciencia católica aceptar la teoría del Big-bang o la teoría darwinista del origen de las especies que asumir que puedan existir los matrimonios homosexuales? Por mucho que les cueste aceptarlo, la educación no puede quedarse en una mera interpretación de los textos bíblicos, porque eso contradice la idea de progreso y de cultura general. Si eso es lo que pretenden para sus hijos, lo único que les están proporcionando es ignorancia. Nadie puede elegir sus creencias si no conoce más que la religión.
Lo segundo que deberían tener en cuenta los obispos y la gente que considera amenazada la fe religiosa de sus hijos, es que ellos no son quiénes para acusar al Estado de adoctrinamiento, cuando la Historia nos ha demostrado la tremenda dictadura ideológica que ha ejercido la Iglesia durante siglos. Cabe preguntarse si no existirá aquí un cierto grado de rencor o de frustración al percatarse de que ya no son el centro neurálgico de la sociedad actual, y más al comprobar el intenso fervor con que tratan de influir en la opinión popular, sin dejar a la gente que decida por sí misma, entrando en un terreno que le es ajeno. Se ha llegado incluso a comparar Educación para la ciudadanía con una asignatura impartida durante el franquismo, Formación del espíritu nacional. No profundizaré en el carácter absurdo de este argumento, por resultar demasiado evidente; pero sí me gustaría señalar la ironía que supone el hecho de que, durante aquellos años de dictadura, la Iglesia no se quejó en ningún momento de dicha asignatura, a pesar de que, en este caso, sí se trataba de un claro adoctrinamiento.
Ante las posibilidades que abre la nueva materia, de formar ciudadanos que conozcan más su propio sistema democrático y que reconozcan la pluralidad de su sociedad, cuestiones como los principios del catolicismo deberían quedar relegadas a un segundo plano, al ámbito privado, tal como les corresponde. Aunque muchos se resistan a aceptarlo, nuestra sociedad viaja hacia el futuro; y no en sentido contrario, hacia la Edad Media. Y Educación para la ciudadanía no va en contra de la Constitución y sí a favor del progreso.
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