Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio!. ¡A callar he dicho! ¡Nos hundiremos todos en un mar de luto! ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!
Federico García Lorca, “La casa de Bernarda Alba”
Desgarradoras palabras. La muerte hay que mirarla cara a cara. A Federico no le quedó más remedio, puesto que a día de hoy, han pasado setenta y dos años desde que los cobardes falangistas granadinos lo fusilaron bajo un olivo en los límites del pueblo de Víznar. ¿El motivo? Demasiados para ellos: sus ideas socialistas y republicanas, su homosexualidad, sus revolucionarias obras, la envidia que generaba su popularidad y su brillante carisma.
Y es que Federico siempre tuvo duende. Su corta vida constituye una historia de pasión, alegría y oscuridad profunda, esa tormenta interior que guardaba bajo la aparente despreocupación. Sí, él era el príncipe de la Generación del 27; con su sola presencia era capaz de llevar la alegría como una nube perfumada y contagiarla entre los que tuvieran la suerte de escucharlo. Sus numerosos amigos decían que esa característica suya a veces le asemejaba inmortal. Federico, excelente músico; animaba las reuniones de su generación tocando en el piano canciones populares que hechizaban al personal.
Sin embargo, en su interior sufría, por su imposible historia con su amado Dalí, por la pobreza del pueblo español, por la terrible fama que generaba ser homosexual en una sociedad que apestaba a incienso, por el ansia de un amor infinito y puro que jamás ha existido. Y por encima de todo, temía la muerte; quizá porque presentía que iba a acompañarle pronto, demasiado pronto. Lo que más me importa es vivir, diría.
Cuando, en julio de 1936, el levantamiento en España resultaba inminente; sus amigos le recomendaron quedarse en Madrid, donde se hubiera salvado. Sin embargo, Federico volvió a su Granada natal, y fue allí donde los sublevados pusieron fin a su vida la madrugada del 18 de agosto, a los treinta y ocho años. ¿Su delito? Por encima de todo, ser poeta.
Lo que sus vulgares asesinos jamás entenderán es que, a pesar de haber acabado con su vida, su obra y sus ideas han pasado a la eternidad, y Federico será para siempre un ejemplo de poeta y de persona que cree en sus ideales. ¿No escucháis los acordes de su piano, resonando aún en la distancia…?
Federico García Lorca, “La casa de Bernarda Alba”
Desgarradoras palabras. La muerte hay que mirarla cara a cara. A Federico no le quedó más remedio, puesto que a día de hoy, han pasado setenta y dos años desde que los cobardes falangistas granadinos lo fusilaron bajo un olivo en los límites del pueblo de Víznar. ¿El motivo? Demasiados para ellos: sus ideas socialistas y republicanas, su homosexualidad, sus revolucionarias obras, la envidia que generaba su popularidad y su brillante carisma.
Y es que Federico siempre tuvo duende. Su corta vida constituye una historia de pasión, alegría y oscuridad profunda, esa tormenta interior que guardaba bajo la aparente despreocupación. Sí, él era el príncipe de la Generación del 27; con su sola presencia era capaz de llevar la alegría como una nube perfumada y contagiarla entre los que tuvieran la suerte de escucharlo. Sus numerosos amigos decían que esa característica suya a veces le asemejaba inmortal. Federico, excelente músico; animaba las reuniones de su generación tocando en el piano canciones populares que hechizaban al personal.
Sin embargo, en su interior sufría, por su imposible historia con su amado Dalí, por la pobreza del pueblo español, por la terrible fama que generaba ser homosexual en una sociedad que apestaba a incienso, por el ansia de un amor infinito y puro que jamás ha existido. Y por encima de todo, temía la muerte; quizá porque presentía que iba a acompañarle pronto, demasiado pronto. Lo que más me importa es vivir, diría.
Cuando, en julio de 1936, el levantamiento en España resultaba inminente; sus amigos le recomendaron quedarse en Madrid, donde se hubiera salvado. Sin embargo, Federico volvió a su Granada natal, y fue allí donde los sublevados pusieron fin a su vida la madrugada del 18 de agosto, a los treinta y ocho años. ¿Su delito? Por encima de todo, ser poeta.
Lo que sus vulgares asesinos jamás entenderán es que, a pesar de haber acabado con su vida, su obra y sus ideas han pasado a la eternidad, y Federico será para siempre un ejemplo de poeta y de persona que cree en sus ideales. ¿No escucháis los acordes de su piano, resonando aún en la distancia…?
ALMA AUSENTE
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y monjes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y monjes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
Federico García Lorca, “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”
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