“El putrefacto, como no es difícil deducir de su nombre, resumía todo lo caduco, todo lo muerto y anacrónico que representan muchos seres y cosas.
Dalí cazaba putrefactos al vuelo, dibujándolos de diferentes maneras. Los había con bufandas, llenos de toses, solitarios en los bancos de los paseos. Los había con bastón, elegantes, flor en el ojal, acompañados por la bestie… Había el putrefacto académico y el que sin serlo lo era también. Los había de todos los géneros: masculinos, femeninos, neutros y epicenos. Y de todas las edades […]”
Rafael Alberti, La arboleda perdida.
¿Qué mejor que escribir un artículo sobre la sociedad misma para inaugurar una serie de textos sobre ella? He aquí una preciosa redacción sobre lo bella que es la vida, la grandeza de la amistad, la paz, el amor y otros inventos hippies. Para quien no haya detectado aún el sarcasmo, me comprometo a intentar dar al texto el tono más realista (que no pesimista) que me sea posible.
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Cuando se es pequeño, todo es en blanco y negro: solo hay malos y buenos, amigos y enemigos, verdades o mentiras. Después, aparece toda la gama de colores: la indiferencia, la hipocresía, las verdades a medias y todo tipo de prejuicios que nos producen a todos la desagradable sensación de estar viviendo una vida de papel, o peor, una gran mentira. Lo que muchos no descubren nunca es que ellos también se han dejado corromper y son, como dijeron los caballeros del 27, putrefactos.
Toda persona que se haya parado a pensar alguna vez en la sociedad (enhorabuena si lo habéis hecho) se habrá dado cuenta de que se puede distinguir entre dos tipos de sociedades, aunque íntimamente relacionadas: el ámbito global, es decir, el Estado, la Iglesia, la guerra y el poderoso caballero; y el ámbito cotidiano, la gente de nuestro alrededor. En ambos casos dominan los putrefactos.
El ámbito global, que curiosamente el más simple, es el que condiciona nuestras necesidades básicas como personas. Podríamos decir que es aquel del que dependen nuestras vidas. Y nuestras vidas dependen del dinero, el poder y la religión, manifestados en unos cuantos seres despreciables e ignorantes que buscan satisfacer su avaricia dando la espalda a las más de seis mil millones de vidas de las que son responsables. No creen en la libertad, ni en la paz, ni en la verdad, ni en el respeto; solo creen en ellos y en sus bolsillos, y si para llenarlos tienen que masacrar un país, matar a millones de inocentes y destruir toda la cultura, el desarrollo y, en definitiva, la vida de dicho lugar, no muestran ningún reparo en hacerlo, como ya se ha demostrado tantas veces a lo largo de la historia. Y en cuanto al objetivo del milenio, erradicar la pobreza en el mundo… todavía nos quedan 992 años, hay tiempo para seguir sembrando muerte y odio.
El otro ámbito, el cotidiano, admite un estudio mucho más profundo. No deja de ser curioso que haya tanta gente en el mundo que piense de forma distinta y que todos tengamos un comportamiento tan similar. La sociedad de a pie se rige por el egoísmo y la hipocresía, la ignorancia, la mentira y el rechazo a los que son diferentes. La amistad y el amor no son más que cuentos de hadas; lo peor es que la niebla de las apariencias es tan densa que no nos deja ver la realidad. Y si las apariencias nos agradan, ¿qué necesidad hay de ver más allá? Pues si alguna vez habéis visto lo que hay detrás de la niebla, os habréis dado cuenta de que la gente de hoy no piensa por sí misma, sino que es la ignorancia que domina la sociedad la que impulsa todos sus actos. ¿Amistad? ¿Amor? En esta vida nada es gratis, tampoco el cariño. No hay mucha gente capaz de querer a alguien desinteresadamente, y si son capaces de hacerlo lo van a pasar mal, a no ser que se dejen corromper. Pocos son los que en algún momento de su vida se plantean cómo te sientes siendo víctima de su engaño, de su indiferencia…
¿Es que ya no queda nadie noble en el mundo? ¿Es que ya nadie está preparado para ser un amigo de verdad? ¿Es que ya nadie piensa en nadie aparte de en sí mismo? Por desgracia, si queda alguien noble, desinteresado y sensible en el mundo, va a sufrir mucho en la vida. Puede que no os salga rentable ser personas auténticas y pensar aunque solo sea una vez en vuestras miserables vidas que no sois los únicos en el mundo, que hay gente que ríe y llora por vosotros, pero debéis luchar, pues sois la última esperanza en este mundo decadente y deshumanizado. Aunque si os viene grande la empresa, ellos os acogerán con los brazos abiertos.
Toda persona que se haya parado a pensar alguna vez en la sociedad (enhorabuena si lo habéis hecho) se habrá dado cuenta de que se puede distinguir entre dos tipos de sociedades, aunque íntimamente relacionadas: el ámbito global, es decir, el Estado, la Iglesia, la guerra y el poderoso caballero; y el ámbito cotidiano, la gente de nuestro alrededor. En ambos casos dominan los putrefactos.
El ámbito global, que curiosamente el más simple, es el que condiciona nuestras necesidades básicas como personas. Podríamos decir que es aquel del que dependen nuestras vidas. Y nuestras vidas dependen del dinero, el poder y la religión, manifestados en unos cuantos seres despreciables e ignorantes que buscan satisfacer su avaricia dando la espalda a las más de seis mil millones de vidas de las que son responsables. No creen en la libertad, ni en la paz, ni en la verdad, ni en el respeto; solo creen en ellos y en sus bolsillos, y si para llenarlos tienen que masacrar un país, matar a millones de inocentes y destruir toda la cultura, el desarrollo y, en definitiva, la vida de dicho lugar, no muestran ningún reparo en hacerlo, como ya se ha demostrado tantas veces a lo largo de la historia. Y en cuanto al objetivo del milenio, erradicar la pobreza en el mundo… todavía nos quedan 992 años, hay tiempo para seguir sembrando muerte y odio.
El otro ámbito, el cotidiano, admite un estudio mucho más profundo. No deja de ser curioso que haya tanta gente en el mundo que piense de forma distinta y que todos tengamos un comportamiento tan similar. La sociedad de a pie se rige por el egoísmo y la hipocresía, la ignorancia, la mentira y el rechazo a los que son diferentes. La amistad y el amor no son más que cuentos de hadas; lo peor es que la niebla de las apariencias es tan densa que no nos deja ver la realidad. Y si las apariencias nos agradan, ¿qué necesidad hay de ver más allá? Pues si alguna vez habéis visto lo que hay detrás de la niebla, os habréis dado cuenta de que la gente de hoy no piensa por sí misma, sino que es la ignorancia que domina la sociedad la que impulsa todos sus actos. ¿Amistad? ¿Amor? En esta vida nada es gratis, tampoco el cariño. No hay mucha gente capaz de querer a alguien desinteresadamente, y si son capaces de hacerlo lo van a pasar mal, a no ser que se dejen corromper. Pocos son los que en algún momento de su vida se plantean cómo te sientes siendo víctima de su engaño, de su indiferencia…
¿Es que ya no queda nadie noble en el mundo? ¿Es que ya nadie está preparado para ser un amigo de verdad? ¿Es que ya nadie piensa en nadie aparte de en sí mismo? Por desgracia, si queda alguien noble, desinteresado y sensible en el mundo, va a sufrir mucho en la vida. Puede que no os salga rentable ser personas auténticas y pensar aunque solo sea una vez en vuestras miserables vidas que no sois los únicos en el mundo, que hay gente que ríe y llora por vosotros, pero debéis luchar, pues sois la última esperanza en este mundo decadente y deshumanizado. Aunque si os viene grande la empresa, ellos os acogerán con los brazos abiertos.
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Dibujo de Pepín Bello*
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Autor: Juan
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