jueves, 28 de agosto de 2008

Los putrefactos



“El putrefacto, como no es difícil deducir de su nombre, resumía todo lo caduco, todo lo muerto y anacrónico que representan muchos seres y cosas.

Dalí cazaba putrefactos al vuelo, dibujándolos de diferentes maneras. Los había con bufandas, llenos de toses, solitarios en los bancos de los paseos. Los había con bastón, elegantes, flor en el ojal, acompañados por la bestieHabía el putrefacto académico y el que sin serlo lo era también. Los había de todos los géneros: masculinos, femeninos, neutros y epicenos. Y de todas las edades […]”

Rafael Alberti, La arboleda perdida.


¿Qué mejor que escribir un artículo sobre la sociedad misma para inaugurar una serie de textos sobre ella? He aquí una preciosa redacción sobre lo bella que es la vida, la grandeza de la amistad, la paz, el amor y otros inventos hippies. Para quien no haya detectado aún el sarcasmo, me comprometo a intentar dar al texto el tono más realista (que no pesimista) que me sea posible.
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Cuando se es pequeño, todo es en blanco y negro: solo hay malos y buenos, amigos y enemigos, verdades o mentiras. Después, aparece toda la gama de colores: la indiferencia, la hipocresía, las verdades a medias y todo tipo de prejuicios que nos producen a todos la desagradable sensación de estar viviendo una vida de papel, o peor, una gran mentira. Lo que muchos no descubren nunca es que ellos también se han dejado corromper y son, como dijeron los caballeros del 27, putrefactos.


Toda persona que se haya parado a pensar alguna vez en la sociedad (enhorabuena si lo habéis hecho) se habrá dado cuenta de que se puede distinguir entre dos tipos de sociedades, aunque íntimamente relacionadas: el ámbito global, es decir, el Estado, la Iglesia, la guerra y el poderoso caballero; y el ámbito cotidiano, la gente de nuestro alrededor. En ambos casos dominan los putrefactos.


El ámbito global, que curiosamente el más simple, es el que condiciona nuestras necesidades básicas como personas. Podríamos decir que es aquel del que dependen nuestras vidas. Y nuestras vidas dependen del dinero, el poder y la religión, manifestados en unos cuantos seres despreciables e ignorantes que buscan satisfacer su avaricia dando la espalda a las más de seis mil millones de vidas de las que son responsables. No creen en la libertad, ni en la paz, ni en la verdad, ni en el respeto; solo creen en ellos y en sus bolsillos, y si para llenarlos tienen que masacrar un país, matar a millones de inocentes y destruir toda la cultura, el desarrollo y, en definitiva, la vida de dicho lugar, no muestran ningún reparo en hacerlo, como ya se ha demostrado tantas veces a lo largo de la historia. Y en cuanto al objetivo del milenio, erradicar la pobreza en el mundo… todavía nos quedan 992 años, hay tiempo para seguir sembrando muerte y odio.


El otro ámbito, el cotidiano, admite un estudio mucho más profundo. No deja de ser curioso que haya tanta gente en el mundo que piense de forma distinta y que todos tengamos un comportamiento tan similar. La sociedad de a pie se rige por el egoísmo y la hipocresía, la ignorancia, la mentira y el rechazo a los que son diferentes. La amistad y el amor no son más que cuentos de hadas; lo peor es que la niebla de las apariencias es tan densa que no nos deja ver la realidad. Y si las apariencias nos agradan, ¿qué necesidad hay de ver más allá? Pues si alguna vez habéis visto lo que hay detrás de la niebla, os habréis dado cuenta de que la gente de hoy no piensa por sí misma, sino que es la ignorancia que domina la sociedad la que impulsa todos sus actos. ¿Amistad? ¿Amor? En esta vida nada es gratis, tampoco el cariño. No hay mucha gente capaz de querer a alguien desinteresadamente, y si son capaces de hacerlo lo van a pasar mal, a no ser que se dejen corromper. Pocos son los que en algún momento de su vida se plantean cómo te sientes siendo víctima de su engaño, de su indiferencia…


¿Es que ya no queda nadie noble en el mundo? ¿Es que ya nadie está preparado para ser un amigo de verdad? ¿Es que ya nadie piensa en nadie aparte de en sí mismo? Por desgracia, si queda alguien noble, desinteresado y sensible en el mundo, va a sufrir mucho en la vida. Puede que no os salga rentable ser personas auténticas y pensar aunque solo sea una vez en vuestras miserables vidas que no sois los únicos en el mundo, que hay gente que ríe y llora por vosotros, pero debéis luchar, pues sois la última esperanza en este mundo decadente y deshumanizado. Aunque si os viene grande la empresa, ellos os acogerán con los brazos abiertos.
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Dibujo de Pepín Bello*
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Autor: Juan

martes, 26 de agosto de 2008

Incongruencias del siglo XXI


El nuevo milenio ha traído consigo una masiva revolución tecnológica y científica, además de una creciente deshumanización e informatización. Los libros han quedado eclipsados por el resplandor veleidoso de Internet, el romanticismo de las cartas se ha visto sustituido por la inmediatez del correo electrónico, la televisión ha pasado a ocupar un lugar central en el seno familiar. ¿Nostalgia? No siempre. Han sido descubiertos numerosos remedios contra enfermedades antiguamente mortales, avances científicos en clonación de células, establecimiento de leyes sociales más justas –aunque por desgracia los países tercermundistas no han avanzado en este sentido-.

En definitiva, un nuevo siglo que ha puesto patas arriba la clásica concepción del mundo que aún se conservaba en el cercano y a la vez distante s. XX. Por eso hoy nos asombra e indigna comprobar que existan leyes tan caducas como la que rige en la Catedral de Barcelona; donde se niega la entrada simplemente por llevar pantalones cortos. Esta catedral es solo un ejemplo, porque en numerosas iglesias no solo de España, sino de todo el mundo; los turistas podrán tener esta impresión de permanecer aún en la Edad Media.

La Iglesia católica ha ejercido a lo largo de la Historia una excesiva influencia, una influencia que ha tratado de paralizar el mundo esgrimiendo la mentira como arma y sembrando la ignorancia y la muerte entre los habitantes de nuestro planeta. Ha predicado el sometimiento, el sufrimiento, la represión; y ha impedido que los descubrimientos científicos pudieran salir a la luz en su momento. Al echar la vista atrás nos percatamos de la terrible verdad: la influencia de la Iglesia ha movido el mundo durante muchos siglos.

Pero resulta más aterrador comprobar que hoy en día, en plena era de la información, inmersos en lo que se ha denominado aldea global; la influencia de la Iglesia pueda seguir resultando tan avasalladora y terrible. Ocultas bajo su disfraz contemporáneo, las mismas voces de siempre mueven los hilos en la sombra. ¿Quién es el Papa para intervenir en leyes sociales como el matrimonio homosexual o en avances de la genética? ¿Cuál es su verdadero rol en nuestra sociedad? La reflexión resulta estremecedora, y más aún para los que no nos consideramos católicos.

El patrimonio artístico no debería pertenecer a la Iglesia, sino al pueblo en su conjunto; y no ser regido por caducas leyes católicas. La Iglesia habría de limitarse a un ámbito privado, sin tratar de paralizar –como ha venido haciendo hasta ahora- la evolución de un mundo que comienza a alcanzar un ritmo frenético. Por desgracia, el Estado sigue proporcionando ingresos a la Iglesia, y existen demasiados intereses en juego. Quizá si nuestras voces se alzaran todos llegaríamos a comprender que para conocer el fundamentalismo no hace falta irse a los países islámicos, porque nuestra vieja Europa no ha logrado libertarse aún del yugo de la religión.

lunes, 18 de agosto de 2008

El crimen fue en Granada...


Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio!. ¡A callar he dicho! ¡Nos hundiremos todos en un mar de luto! ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!

Federico García Lorca, “La casa de Bernarda Alba”



Desgarradoras palabras. La muerte hay que mirarla cara a cara. A Federico no le quedó más remedio, puesto que a día de hoy, han pasado setenta y dos años desde que los cobardes falangistas granadinos lo fusilaron bajo un olivo en los límites del pueblo de Víznar. ¿El motivo? Demasiados para ellos: sus ideas socialistas y republicanas, su homosexualidad, sus revolucionarias obras, la envidia que generaba su popularidad y su brillante carisma.

Y es que Federico siempre tuvo duende. Su corta vida constituye una historia de pasión, alegría y oscuridad profunda, esa tormenta interior que guardaba bajo la aparente despreocupación. Sí, él era el príncipe de la Generación del 27; con su sola presencia era capaz de llevar la alegría como una nube perfumada y contagiarla entre los que tuvieran la suerte de escucharlo. Sus numerosos amigos decían que esa característica suya a veces le asemejaba inmortal. Federico, excelente músico; animaba las reuniones de su generación tocando en el piano canciones populares que hechizaban al personal.

Sin embargo, en su interior sufría, por su imposible historia con su amado Dalí, por la pobreza del pueblo español, por la terrible fama que generaba ser homosexual en una sociedad que apestaba a incienso, por el ansia de un amor infinito y puro que jamás ha existido. Y por encima de todo, temía la muerte; quizá porque presentía que iba a acompañarle pronto, demasiado pronto. Lo que más me importa es vivir, diría.

Cuando, en julio de 1936, el levantamiento en España resultaba inminente; sus amigos le recomendaron quedarse en Madrid, donde se hubiera salvado. Sin embargo, Federico volvió a su Granada natal, y fue allí donde los sublevados pusieron fin a su vida la madrugada del 18 de agosto, a los treinta y ocho años. ¿Su delito? Por encima de todo, ser poeta.

Lo que sus vulgares asesinos jamás entenderán es que, a pesar de haber acabado con su vida, su obra y sus ideas han pasado a la eternidad, y Federico será para siempre un ejemplo de poeta y de persona que cree en sus ideales. ¿No escucháis los acordes de su piano, resonando aún en la distancia…?


ALMA AUSENTE

No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y monjes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.

Federico García Lorca, “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”

PRESENTACIÓN


Bienvenidas, diversas gentes; a La Barraca. Hemos escogido este nombre en homenaje a la famosa Barraca de Federico García Lorca, un teatro universitario ambulante que durante la II República Española representaba obras clásicas por los más diversos lugares de la geografía española; con el fin de expandir la cultura y ponerla a disposición del pueblo; lograr que no fuera vista como un ámbito demasiado elevado. El cartel de la imagen, que es a la vez el logo de nuestra web; fue diseñado por Benjamín Palencia, un pintor próximo a la Generación del 27.


Nuestra Barraca tiene el mismo fin: acercar la cultura en todos sus ámbitos (literatura, música, pintura, política…) a todo aquel que dedique unos minutos de su tiempo para entrar en nuestra web, esperando por supuesto recibir muchos comentarios, recomendaciones y sugerencias. No así insultos o descalificaciones, puesto que en nuestros artículos siempre primará nuestro punto de vista sobre la vasta objetividad (la cual realmente no existe, como todo buen periodista sabe).


Respecto a contenidos, intentaremos profundizar en una amplia diversidad. Marina se encargará sobre todo de literatura, y Juan de actualidad; aunque por supuesto a menudo intercambiaremos los papeles.


No queda más que decir en esta presentación. Esperamos poder llegar a entreteneros, interesaros y fomentar vuestra curiosidad hacia el uso de la razón a comienzos de este siglo tan deshumanizado. Y desde aquí os animamos a escribir, porque como bien dijo Oscar Wilde: No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.
Marina y Juan Casado